30 de julio de 2012

¿Explotar a los otros animales por su propio bien?



En alguna ocasiones se plantea la cuestión de que si nosotros los seres humanos —o, mejor dicho, quienes somos moralmente responsables de nuestros actos— debemos no solamente dejar de agredir y explotar a otros animales sino que también deberíamos obligar a los otros animales, a los no-humanos libres, a hacer lo mismo.

¿Debemos interferir en las vidas de otros animales libres —que no están bajo nuestra tutela ni son moralmente conscientes de sus actos— con el fin de evitar que se hagan daño entre ellos o que no padezcan las consecuencias de inevitables accidentes y enfermedades, llegando incluso a someterlos a todos a nuestro dominio? Ésta es la cuestión que pretendo responder brevemente aquí.

Lo que voy a exponer aquí de manera concisa es mi postura moral al respecto. Porque mi opinión emocional es que siempre me desagrada y me entristece que un individuo mate o agreda a otro, sea quien sea y por el motivo que sea. Sin embargo, mi postura moral está siempre basada en la razón, no en las emociones. Las emociones nada nos dicen acerca de la moralidad. Algunas emociones puede ser moralmente correctas y coincidir con las normas morales, y otras no. Pero igualmente las emociones no establecen lo que está bien o lo que está mal. Es la razón lo que nos permite éticamente discernir entre lo bueno y lo malo.

Alguien podría alegar que no considera que esté mal explotar o matar a, por ejemplo, las serpientes, porque no siente ningún tipo de emoción favorable hacia las serpientes, es decir, no siente empatía debido al desagrado que les provoca su aspecto. Pero si las serpientes son seres sintientes entonces merecen el mismo respeto básico que cualquier otro animal sintiente, ya sea un cerdo, una vaca, un pez, o un caracol. Merecen que no los sometamos para satisfacer nuestros deseos, sin importar que nos resulten bonitos, agradables o simpáticos.

Podemos decidir que nos da igual el razonamiento moral y que queremos hacer aquello que nos motive nuestras emociones. Pero de ese modo estaremos promoviendo y aceptando que otros hagan lo mismo, es decir, que no se guíen por ética, por lo que es justo y moralmente correcto, sino solamente por sus emociones.

Mi conclusión es que no debemos intervenir sobre las vidas de los animales libres. Mi argumentación se basa en tres puntos fundamentales:

Primero; no tenemos ninguna obligación moral de intervenir. Sus vidas no son de nuestra responsabilidad. No somos la causa de su existencia ni de su circunstancia. Y ellos, al no ser agentes morales, tampoco tienen obligación moral alguna.

Segundo; intervenir supone destruir su autonomía y someterlos sin su consentimiento a ser dependientes de nosotros. Esto es una forma de dominación paternalista mediante la que anulamos la libertad de otros animales.

Tercero; tenemos la obligación de abolir la explotación animal y otras violaciones morales que nosotros cometemos contra los demás animales. Todo recurso que dedicamos a otras cosas que no tenemos el deber de hacer se lo estamos quitando a lo que debemos hacer.

Un argumento habitual que se suele utilizar para justificar que ampliemos nuestra dominación sobre todos los seres sintientes del planeta, "por su propio bien", es que hay cosas en sí mismas que están mal: la muerte, el sufrimiento, el dolor,... No se afirma que estén mal porque contradigan alguna normal moral sino que están mal en sí mismas. Lo cual es una perspectiva irracional; ya que postular que un hecho de la existencia sea malo o bueno por sí mismo es un error lógico basado en la falacia naturalista.

Por el simple hecho de que algo ocurra en la naturaleza no podemos inferir racionalmente que sea moralmente bueno o malo, sin hacer referencia a una determinada norma moral. No podemos decir que algo es ilegal, o que es feo, o que está distorsionado, si no apelamos a una norma, un esquema o un modelo objetivo según el cual juzgar el hecho en cuestión.

Quienes usan la falacia naturalista para justificar sus actos, con la excusa de que lo que ellos hacen es natural, lo que están diciendo en el fondo es que tal o cual hecho es moralmente bueno en sí mismo por el simple hecho de ser, de existir, y por lo tanto es bueno hacerlo o imitarlo. Porque si comer animales es bueno por el hecho de ser algo natural entonces también lo será igualmente la guerra o la violación sexual. Esto es un completo absurdo. Pero no menos absurdo es afirmar que hay hechos en la naturaleza que son malos en sí mismos.

Ambas posturas caen de lleno en el irracionalismo, ya que simplemente apelan a sus intereses parciales o a las emociones, no a las razones.

Por tanto, entiendo que esa cuestión sólo puede tener dos respuestas razonables, dependiendo del contexto en el que ocurra.

Es decir, si nos referimos a lo que les ocurre a los animales no humanos que viven sus vidas independientes en la naturaleza entonces se trata de hechos que ocurre entre individuos que no son moralmente conscientes de sus actos y respecto de los cuales nosotros no tenemos ninguna responsabilidad. Considero que no hay nada que tenga relación con la ética en ese caso.

Pero es cierto que si nosotros traemos deliberamente personas al mundo entonces somos responsables de su existencia y por tanto tenemos la obligación de velar por ellas, al menos mientras no sean capaces de llevar una vida autónoma y responsable. Lo mismo vale si somos los causantes de que habiendo sido autónomas ya no lo sean directamente debido a nuestras acciones —por ejemplo, si les atropellamos en la carretera por culpa de nuestra negligencia. Y si se trata del caso de un animal no humano que esté bajo nuestra responsabilidad —por ejemplo, alguien rescatado de la esclavitud— entonces nosotros somos en principio responsables de sus actos. Debemos evitar que los animales no humanos que vivan con nosotros, bajo nuestro cuidado, hagan daño a otros.

A menudo se argumenta que los animales no humanos que viven en la naturaleza padecen situaciones de penuria [hambre, enfermedades, depredación, lesiones] y que por tanto nosotros debemos cuidar de ellos. Nuevamente, la cuestión es cómo se puede justificar racionalmente que nosotros debamos hacer algo respecto de una situación sobre la cual no somos en modo alguno responsables. Si no somos responsables entonces no podemos tener ninguna obligación al respecto desde un punto de vista ético.

Si aceptamos que no tenemos un deber moral en este asunto, todavía queda la cuestión de si es moralmente aceptable hacerlo, aunque no tengamos el deber de hacerlo. Pero ¿qué justificación moral tenemos para  interferir en las vidas de los animales nohumanos libres que viven en la naturaleza? Son seres autónomos que viven independientes y que no nos han dado su consentimiento para que entablemos una relación directa con ellos.

Forzar a otros animales de los que nos somos responsables a que vivan sometidos a nuestro dominio es explotación. Ningún argumento justifica la explotación. Y quienes defienden esta medida están defendiendo la explotación animal. Aunque estén convencidos de que lo hacen por el bien de los animales a los que querrían someter.

Nosotros sí tenemos la obligación de respetar las vidas de los demás animales. Pero no porque seamos humanos. Que seamos humanos es en cierto modo irrelevante. Lo relevante es que tenemos la capacidad de ser conscientes de la moralidad de nuestros actos y de las consecuencias de nuestras acciones. Por eso somos moralmente responsables. Somos agentes morales.

La especie es irrelevante en un contexto moral. Lo relevante es si el individuo en cuestión es un agente moral. Si lo es, entonces es responsable de sus actos y debe responder ante ellos.

Es cierto que a menudo hablamos en términos de humanos y no-humanos, para referirnos a una diferencia basada en la agencia moral. Esto no sería correcto desde un punto de vista estricto. Pero si tenemos en cuenta el punto que he señalado antes, entonces no deberíamos caer en confusión.

La responsabilidad moral se amplía, en diferentes grados, hacia todos aquellos individuos que, aun no siendo agentes morales ellos mismos, sí sean responsabilidad de los agentes morales. Todos aquellos individuos —sin importar su especie— que estén en el mundo por nuestra causa son nuestra responsabilidad en el caso de que ellos no puedan responsabilizarse de sus actos. Cuando hablo en primera persona del plural me refiero, claro, a los que somos agentes morales.

Lo que hagan los animales no humanos libres en sus vidas no es nuestra responsabilidad. No son agentes morales ni están en el mundo por nuestra causa. Por tanto, no deberíamos interferir con ellos ni mucho menos someterlos a nuestra dominación. No deberíamos intervenir en las vidas de los otros animales que son libres. Así lo explica el filósofo Tom Regan:

«Nuestra obligación rectora respecto a los animales salvajes es dejarlos estar. Se trata de una obligación fundada en el reconocimiento de su aptitud para manejar los asuntos del vivir, una aptitud que encontramos tanto en los miembros de las especies predadoras como en los miembros de las especies que sirven de presa. Después de todo, si los miembros de las especies que sirven de presa, incluidos los juveniles, fueran incapaces de sobrevivir sin nuestra ayuda, no existirían tales especies. Y lo mismo cabe decir de los depredadores. En una palabra, honramos la aptitud de los animales salvajes permitiéndoles utilizar sus habilidades naturales incluso en el caso de sus necesidades de competir. Como norma general, no necesitan nuestra ayuda en su lucha por sobrevivir, y no dejamos de cumplir con nuestro deber si optamos por no brindarles nuestra ayuda.» [Tom Regan, 2007, Derechos Animales y Ética Medioambiental]

En definitiva, no pongo en duda de que hay sufrimiento en la naturaleza, como también la hay dentro del contexto estrictamente humano. Pero, aparte de todos los argumentos expuestos anteriormente, opino que no tiene ningún sentido siquiera que no preocupemos por estos sucesos cuando nosotros mismos estamos causando directamente un tremendo perjuicio a miles de millones de animales; empezando por nuestro consumo de productos de la explotación animal: carne, lácteos, huevos, miel, lana, piel, cuero,.... Porque si no somos veganos entonces sí que estamos participando activamente en una injusticia manifiesta.

Ante esta situación en la que estamos directamente involucrados, preocuparnos por lo que hacen otros animales libres en la naturaleza me parece un enfoque equivocado o simplemente una manera de desviar la atención de la terrible injusticia que nosotros mismos estamos provocando.

Nuestra violencia contra los demás animales no es algo ocasional y excepcional. La sociedad en la que vivimos, y formamos parte, está basada en la violencia contra los animales no humanos. Ésta se practica masivamente cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. En granjas, mataderos, laboratorios, lugares de entretenimiento, domicilios particulares,... También se promueve y practica la matanza de animales no humanos con la excusa de proteger el medio ambiente. La violencia contra los demás animales está institucionalizado, asumida socialmente como algo normal.

Si queremos acabar con esta violencia —con toda nuestra violencia hacia los demás animales— es importante que tengamos muy claro que si primero no cambiamos la mentalidad especista que predomina en nuestra sociedad entonces todas las iniciativas sociales o legislativas que pretendan combatir alguna de sus consecuencias resultarán siempre fracasadas o inútiles. Es a la raíz del problema en donde deberíamos enfocar nuestro activismo. Y esto comienza ineludiblemente con la educación vegana.

22 de julio de 2012

El rechazo a los diferentes


«En Papantla, un hermoso pueblecito de México, me despiertan a las seis de la mañana los gritos desgarradores de un cerdo al que van a degollar en una pequeña carnicería adyacente a pensión donde duermo. No puedo dejar de pensar en una distinción que me va pareciendo cada vez más importante, a medida que pasan los años: me refiero a la que se da entre lo que cabe llamar una ética de proximidad, o más precisamente una moral de proximidad (que resulta natural y “fácil” para el ser humano) y una moral de larga distancia, que nos plantea por el contrario, desde hace siglos, un enorme desafío.

El cerdito degollado por el carnicero en Papantla no forma parte de la comunidad moral local: no le asiste la protección de las normas morales vigentes. Si un prójimo/próximo, vecino humano y miembro de la comunidad de Papantla, hubiera emitido esos gritos terribles en medio de la noche, sin duda hubiera recibido ayuda de los prójimos/próximos que estuvieran por los alrededores. Pero el cerdito no pertenecía al “nosotros” sociológico-moral. Y ésta resulta una distinción clave, como veremos más abajo: el “nosotros” (sociológico-moral) frente a “los otros”.» ~ Jorge Riechmann [De una moral de proximidad a una moral de larga distancia, 2012]


Existe una discriminación igual de injusta que el racismo o el sexismo pero que permanece apenas advertida, hasta el punto de ser casi invisible. Es la discriminación en base a la especie: el especismo. Esto es, la idea de que es moralmente aceptable excluir de la igual consideración moral a otros individuos por el simple hecho de no pertenecer a determinada especie. La forma más predominante y extendida de especismo es la que discrimina a los animales que no pertenecen a la especie humana.

Otros individuos que no son humanos también poseen la capacidad de sentir, es decir, experimentan sensaciones [dolor, placer,...] y tienen intereses propios, como son el interés en vivir y evitar el daño. Son individuos que sienten y sufren y desean. Aunque no sean humanos; aunque tengan un aspecto físico muy diferente al nuestro.

Sentir es básicamente la capacidad de percibir sensaciones. Es la capacidad que general el fenómeno de la subjetividad — el hecho de sentir implica que es alguien el que experimenta algo. El fenómeno de la sintiencia es el fundamento de lo que denominamos conciencia. Es por esto que entiendo que todos los seres sintientes deberían ser considerados personas. Ellos no son cosas, no son objetos, sino que son individuos que tienen experiencias subjetivas. Luego podemos considerarlos moralmente como personas.

Ajustar el concepto de persona según el criterio de la sintiencia es ajustarlo a las cualidades inherentes del individuo en lugar de ajustarlos a un criterio relativo como la especie. No puede ser racionalmente válido defender que sólo son personas los seres humanos, o algunos de ellos, o solamente los individuos con cierto nivel de inteligencia.

Si lo que define básicamente al concepto de persona es su oposición al concepto de cosa, ya que todos los conceptos se construyen por delimitación y oposición, entonces el criterio racional que distingue la una persona sería la capacidad de sentir. Esta capacidad es lo que origina la subjetividad —el yo. Una persona es primordialmente un sujeto, es decir, un ser consciente que puede sentir y tiene intereses; lo opuesto a un objeto —algo que no siente ni tiene intereses.

Por otra parte, no existe ninguna razón que justifique que las capacidades cognitivas o el nivel de inteligencia tengan alguna relación con el criterio para ser moralmente considerado.

¿Por qué, por ejemplo, la capacidad de poder sumar y restar debería tener alguna relación con la consideración y el respeto moral que cada individuo merece por sí mismo? ¿Por qué alguien que tenga un coeficiente intelectual de 180 va a merecer más consideración, en términos éticos, que alguien que lo tenga de 50? No hay ninguna razón que lo justifique moralmente.

La inteligencia no afecta el hecho relevante de poder sentir, de experimentar dolor o placer, de tener intereses básicos, como el deseo de vivir, de continuar existiendo, y de evitar el daño. Por esto señala el profesor Gary Francione que:

«Es especista afirmar que la vida animal tiene un valor menor que la vida humana. Esto no significa necesariamente que debemos tratar a los no humanos del modo en que tratamos a los humanos para todos los propósitos. Significa, sin embargo, que para el propósito de ser tratado exclusivamente como un recurso para otros, todos los seres sintientes son iguales y no podemos justificar el tratar a ningún ser sintiente como un recurso.» [Gary Francione, Matar animales y hacer sufrir a los animales, 2011]

No es más injusto excluir de nuestro respeto a otras personas por el simple hecho de no ser de nuestra raza, sexo u orientación sexual, que excluirlas por no ser de nuestra especie. Todos los animales sintientes somos diferentes en muchas cosas. Pero somos iguales en lo más importante: todos igualmente sentimos, y, por eso, todos somos personas.

La discriminación especista viene determinada por el adoctrinamiento antropocéntrico que recibimos y la cultura en la que vivimos desde la infancia. Si bien, los patrones culturales pueden estar condicionados, a su vez, por una tendencia, tal vez inherente a nuestra naturaleza, a discriminar a los que no consideramos parte de nuestro grupo.

Parece que difícilmente podremos tener una idea clara sobre la consideración moral que los demás animales merecen mientras sigamos viéndolos como seres inferiores que existen para nuestro beneficio y sigamos utilizándolos de comida, y en general tratándolos como nuestra propiedad —como simples medios para conseguir nuestros fines.

Cualquier intento de justificar el especismo y la explotación de animales valdría formalmente para justificar el racismo y la explotación de seres humanos. Si hemos comprendido y superado el racismo —y otras formas injustas de discriminación y opresión— también podemos comprender y superar el especismo. Si comprendemos que esclavizar a los animales tan injusto como esclavizar a seres humanos lo justo es basar nuestra vida en la ética del veganismo.

8 de julio de 2012

Vindicación del dolor

Fisiología del dolor


«El dolor nos avisa, ciertamente, para no forzar nuestros músculos hasta romperlos. ¿Qué clase de conocimientos serían necesarios para comprender esto por medio de la razón? — Georg Christoph Lichtenberg


En esta nota pretendo exponer algunas reflexiones filosóficas acerca de la controvertida cuestión del dolor, con el fin de clarificar su naturaleza y valoración moral.

El dolor en sentido instrumental: el dolor como herramienta

Todos los animales que poseemos un sistema nervioso centralizado podemos experimentar sensaciones, somos seres conscientes, y entre esas sensaciones se encuentra la sensación de dolor.

Así, no se puede separar radicalmente el dolor como tal de la capacidad de sentir dolor, porque si tal cosa se pudiera hacer significaría que el dolor puede existir de manera independiente de la capacidad de sentirlo. Esto es absurdo e imposible, por lo tanto no se pueden separar radicalmente.


El dolor es ciertamente una experiencia subjetiva, pero para que exista dicha experiencia es necesario que haya previamente —entre otros requisitos físicos—un tipo de célula nerviosa y una descarga eléctrica específica en el organismo. Cuando hable objetivamente del dolor me basaré en estos hechos físicos que permiten la experiencia subjetiva del dolor.

Por esto, considero que se puede hablar sobre el dolor de forma independiente a la consciencia de sentir dolor de la misma manera que se puede hablar de la luz como fenómeno físico aparte de la percepción de dicha luz. Aunque obviamente no se puede hablar de la existencia del dolor independientemente separado de la capacidad misma de sentir dolor.

La capacidad para sentir dolor sirve primariamente para percibir lo que perjudica a nuestro organismo. Si perdiéramos la capacidad de sentir dolor entonces ya no podríamos detectar lo que nos daña. De ese modo nos causaríamos graves lesiones y finalmente la muerte. Es imposible para el organismo animal sobrevivir sin la existencia del dolor.

Según explica el psiquiatra Pablo Malo:

«El dolor es más que una simple sensación en el sentido de que incluye la motivación para hacer que se detenga, para pararlo. La función básica del dolor es común en todos los vertebrados, y probablemente en todos los animales que se desplazan, y no es otra que hacer que el individuo deje de realizar actividades traumáticas o que intente escapar de situaciones que producen daño.»

Sin embargo, la sintiencia se trata de un mecanismo imperfecto y por eso puede ocurrir que haya situaciones en que el dolor no nos resulte útil, especialmente debido a su grado de intensidad. En todo caso, el problema no es el dolor, sino una manifestación innecesaria y excesiva de dicho dolor para el propio individuo.

Me parece pues un error creer que el dolor es algo malo o negativo en sí mismo. O creer que tenemos un interés en evitar el dolor. Si realmente tuviéramos un interés en evitar el dolor nuestro objetivo sería eliminar el dolor en sí; no la fuente que lo causa: enfermedad, lesión, agresión. Otra cosa distinta es que haya cierta intensidad de dolor que nos resulte desagradable. Aunque esta intensidad depende mucho de la tolerancia subjetiva de cada individuo.

Según explica el profesor Gary Francione, el dolor y el sufrimiento son experiencias subjetivas que ha surgido evolutivamente para adaptar al organismo consciente al mundo externo:

«Los seres dotados de sensación usan las sensaciones de dolor y de sufrimiento para huir de situaciones que amenazan sus vidas, y las sensaciones de placer para buscar situaciones que fomentan sus vidas. Lo mismo que los humanos soportan a menudo dolores irresistibles para permanecer vivos, los animales no sólo los soportan a menudo, sino que se infligen a sí mismos dolores insoportables con el objeto de vivir —como cuando se roen una garra que ha quedado atrapada en una trampa. La capacidad de sensación es lo que la evolución ha producido para asegurar la supervivencia de ciertos organismos complejos. Negar que un ser que ha evolucionado hasta el punto de desarrollar la sensación no tenga interés alguno en permanecer vivo es algo absurdo.»

A partir de aquí podemos deducir, en contra de lo que habitualmente se dice, que en realidad no tenemos un interés en evitar el dolor. Lo que sí tenemos en todo caso es un interés en evitar todo aquello que dañe a nuestra vida. Y efectivamente puede ocurrir que cierto nivel de dolor puede ser malo para nuestra vida porque nos impida desarrollarla de manera satisfactoria. Pero lo mismo ocurre con la comida. Cierto nivel de consumo de comida puede ser perjudicial para nuestra vida al hacer que desarrollemos obesidad u otras enfermedades o trastornos. Pero suponer por esto que la comida es "mala" resulta una afirmación absurda. Tan absurda como decir que el dolor es "malo".

Por tanto, podemos ver que en realidad no tenemos un interés en evitar el dolor. Lo que tenemos es un interés en evitar lo que dañe nuestra vida. Y evidentemente un cierto grado de dolor es algo que puede perjudicar nuestra vida, y por eso tratamos de evitar o eliminar la fuente que lo provoca. O, si eso no fuera posible, entonces procuramos suspender nuestra consciencia de dicho dolor.

En conclusión, al contrario de lo que opiniones y doctrinas irracionales afirman, no es cierto que el dolor sea un misterio o un supuesto castigo divino. Ni tampoco es un hecho intrínsecamente malo o negativo. El dolor es un mecanismo fisiológico de alarma, indispensable para la supervivencia de los organismos animales que son sintientes. Así lo explica el profesor Antonio Damasio en relación al sufrimiento:

«¿Para qué sirve tener esos mecanismos preorganizados? ¿Por qué existe ese estado adicional de molestia, cuando bastaría con la imagen de dolor? Es una buena pregunta, pero la razón puede relacionarse con que el sufrimiento nos pone sobre aviso. Sufrir ofrece la mejor protección para la supervivencia, ya que acrecienta la probabilidad de que los individuos escuchen las señales y actúen para evitar lo que las causa o para corregir sus efectos.» [Antonio Damasio, El error de Descartes, Post Scriptum]

Sin dolor no hay vida sintiente. El dolor es parte inherente de la sintiencia y es necesario para el desarrollo y conservación de nuestra vida. La capacidad de sentir dolor existe porque es indispensable para la supervivencia y conservación del organismo sintiente

Sin embargo, esto no quiere decir que esté bien imponer sufrimiento a otro individuo sin su consentimiento para nuestro beneficio; de la misma manera que no está bien imponer una interacción sexual sobre otro individuos sin su consentimiento para nuestro beneficio.

No es razonable creer que el dolor es objetivamente "malo". Mas bien al contrario. Podemos juzgarlo como algo bueno. Es bueno para nosotros puesto que nos resulta indispensable para sobrevivir.

El dolor desde el punto de vista moral: el dolor no es un mal

Si la capacidad de sentir dolor es instrumentalmente buena [útil] porque es necesaria para poder vivir entonces por la misma razón el dolor debería ser calificado como beneficioso también porque es imprescindible para nuestra supervivencia. Entiendo que no son cosas esencialmente diferentes.

Ahora bien, lo que no sería correcto es que el dolor se utilizara para un fin que no fuera la conservación y continuidad de la propia vida, o para cualquier propósito que no fuera moralmente aceptable en tanto que utilizara a los individuos como simples medios paa un fin. Pero puede haber casos en que estuviera justificado infligir dolor ya fuera de manera deliberada —para impedir una violencia— o indirecta —para curar una herida.

También hay casos en que la sensación de dolor es algo moralmente bueno en sí mismo. El dolor que sentimos por el remordimiento de algo malo que hemos cometido es bueno. El dolor que sentimos al contemplar la realidad de la explotación animal también es algo bueno ya que nos ayuda a comprender en parte que nos encontramos ante una injusticia. El dolor sirve para ayudar a comprender lo que está moralmente mal a través de la experiencia personal y la empatía.

Aunque reconocer que el dolor es bueno en el sentido de que es indispensable para la continuidad de nuestra existencia no significa que esté justificado el causarlo sin una razón moralmente válida. Del mismo modo que reconocer que el alimento es bueno —porque es necesario para nuestra supervivencia— no significa que esté bien alimentar forzosamente a todo aquel que tenga la necesidad de comer, sin mediar su permiso o sin una razón justificadamente válida.

Por otro lado, es un hecho que violar o matar a alguien no implica necesariamente causarle dolor. Son actos que se pueden realizar sin causar dolor en el momento de hacerlo. Así que si decimos que lo que está mal es el hecho de causar dolor, o demasiado dolor, estaremos implícitamente aprobando todo tipo de crímenes, siempre que no impliquen causar dolor.

La subjetividad específica influye en la tolerancia al dolor. También influyen las circunstancias. Por eso, estimar el grado de dolor que siente alguien es difícil, cuando no imposible si se trata de la experiencia subjetiva. Más aún, resulta del todo inadecuado suponer que el dolor de los individuos se puede sumar entre sí como si fuera una cantidad. Así lo aclara C.S. Lewis:

«Suponga que tengo un dolor de muelas de intensidad X, y suponga que usted, que está sentado a mi lado, también comienza a tener un dolor de muelas intenso. Si quiere, usted puede decir que la cantidad total de dolor en el cuarto es, ahora, 2X. Pero debe recordar, que nadie está sufriendo 2X; busque todo el tiempo y todo el espacio, y nunca encontrará ese dolor compuesto, en la conciencia de alguien. No existe tal cosa como una suma de sufrimiento, ya que nadie lo sufre. Cuando alcanzamos el máximo que una sola persona puede sufrir, hemos alcanzado, sin lugar a dudas, algo muy horroroso, pero hemos alcanzado todo el sufrimiento que puede darse en el universo. Agregar un millón de personas que sufren, no añade más dolor.»

De todos modos, el supuesto grado de dolor es irrelevante cuando se trata de un dolor causado por una actividad inmoral como es, por ejemplo, la explotación animal. En este caso, cualquier dolor que conlleva la explotación de seres sintiente es igualmente indebido sin importar su intensidad porque no se puede justificar moralmente.

Por otra parte, existe la circunstancia de que hay personas —como es, por ejemplo, el caso de quienes padecen insensibilidad congénita al dolor o CIPA— que no tienen la capacidad de sentir la experiencia concreta del dolor aunque sí tengan la capacidad general de sentir. Esto, entre otras cosas, demuestra que el dolor es sólo una parte —un tipo de sensación entre otros muchos— de la capacidad de sentir. Luego se trata de un error creer que el hecho de sentir se reduce o limita a sentir dolor y placer, por muy supuestamente amplios que pretendan ser los significados de esos conceptos.

En todo caso, esas personas merecen el mismo respeto que las que podemos sentir dolor. Aparte del hecho de que no puedan sentir dolor, en tanto individuos que son, tienen los mismos derechos fundamentales que cualquier otra persona. Lo relevante no es el dolor. El requisito para ser reconocido como sujeto de consideración moral es la sintiencia.

En definitiva, no veo por qué el dolor tendría que ser descalificado como una experiencia negativa en sí misma. Existen diversas formas de experimentar el dolor. Dolor no es más que una palabra para designar sensaciones diversas. La sintiencia es un fenómeno muy complejo que no se ajusta a los esquemas maniqueos que algunos intentan aplicarle. Por esto no veo que el dolor sea necesariamente negativo o perjudicial en ningún aspecto, ya sea en sentido biológico o en sentido moral.

Si hablamos del dolor en forma de remordimiento, si lo que se pretende es simplemente eliminar el remordimiento entonces podemos recurrir a distracciones, a drogas, a racionalizaciones. Así actúa, por ejemplo, mucha gente para evitar la incomodidad de cuestionar su especismo. Pero se trata de un enfoque incorrecto. Lo que debemos eliminar es la causa del remordimiento, no el dolor que el remordimiento nos causa cuando hacemos algo moralmente malo. Así vemos de nuevo que el dolor puede ser una experiencia necesariamente desagradable pero que no es biológicamente perjudicial o moralmente mala.

La ideología que demoniza el dolor se basa en una idea errónea

A tenor de esto me gustaría señalar que las doctrinas como el utilitarismo que fundamentalmente buscan eliminar y erradicar el dolor y el sufrimiento, no solalmente se basan en presupuestos injustificados, sino que también implican violar los derechos individuales y no suponen siquiera una verdadera eliminación en el sufrimiento que causamos injustamente.

El bienestarismo es una aplicación del utilitarismo a nuestra relación moral con los demás animales, basada en una perversión del concepto de bienestar, mediante la cual se considera que el único hecho moralmente relevante es el "bienestar" en el sentido de evitar el sufrimiento o de conseguir placer. 

Creer que lo único relevante es "reducir o eliminar el dolor y sufrimiento" de las víctimas de la explotación animal —pero sin cuestionar en sí misma la explotación que padecen— sólo ha conseguido ayudar precisamente a perpetuar e incluso aumentar en número de víctimas la explotación de los animales, y con ella el sufrimiento indebido que provoca.