20 de abril de 2011

La miseria del utilitarismo


En esta ocasión me gustaría tratar acerca de una teoría llamada utilitarismo, la cual ha tenido una presencia determinante en el denominado movimiento animalista: aquel que busca el reconocimiento de los intereses de los animales no humanos y su reconocimiento como sujetos dentro de la comunidad moral y legal.

Pienso que merece tanta atención como la cuestión del especismo. Puesto que el modo de pensar utilitarista va en contra de las nociones morales básicas de la racionalidad. No solamente podremos apreciar que es un fraude a nivel teórico sino que a nivel práctico ha resultado ser también un fracaso. Tal y como espero mostrar en próximas notas.

El primer pensador contempóraneo que incluyó a los animales dentro del ámbito de consideración moral fue precisamente Jeremy Bentham, el padre filosófico del utilitarismo. Esto ha marcado decisivamente el peso de la teoría utilitarista dentro de la cuestión moral de los animales. Y no es casualidad que un pensador utilitarista seguidor de Bentham, Peter Singer, haya sido el más influyente en esa cuestión durante los últimos cuarenta años, desde la publicación en 1975 de su libro »Liberación Animal«.

Veamos lo que nos dicen algunos expertos acerca del utilitarismo.

Según Gary Francione, en »Introducción a los Derechos Animales«, el utilitarismo es una teoría "que sostiene que lo que está moralmente bien o mal en una situación particular lo determinan las consecuencias de las acciones y que hay que elegir la acción que logre los mejores resultados para el mayor número de aquellos a los que afecte."

Según Nigel Warburton, en »Filosofía Básica«, el utilitarismo es una teoría ética que parte del supuesto que de que el fin último de toda actividad humana es ,en un sentido u otro, la felicidad, doctrina que se conoce con el hombre de hedonismo:

Es decir, el partidario del utilitarismo considera que está bien todo aquello que fomenta la felicidad para el mayor número. A esto se le ha denominado Principio de Felicidad Máxima o Principio de Utilidad. Para el utilitarista, la bondad de un acto en una circunstancia determinada se puede calibrar examinando las consecuencias más probables de sus posibles desarrollos. Aquello que sea más capaz de aportar la felicidad máxima (o en su defecto de compensar el dolor con el placer) será un acto correcto en esas circunstancias.

En su obra »Introducción a los Principios de Moral y Legislación« [1789] Bentham escribió la famosa frase: »La pregunta no es, ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino, ¿pueden sufrir?« refiriéndose a los animales no humanos. Es decir que lo único que importa es el sufrimiento. No la capacidad de sentir ni los intereses de los animales. Bentham pretende legitimar que los seres humanos esclavicen a los animales siempre que se tenga en cuenta que debemos evitar o reducir el sufrimiento que se les pueda causar. Aunque en muchas casos ni siquiera objeta el sufrimiento en sí, sino solamente la tortura y por eso afirma que: »Debe estar permitido matar a los animales pero no atormentarlos«.

No es difícil entender por qué el utilitarismo ha tenido tanto éxito ya que es un sistema relativamente fácil de aplicar y que no requiere criterios rigurosos.

Por ejemplo, para determinar si una acción es moral uno debe simplemente calcular las consecuencias buenas y malas que resultarán de una acción concreta. Si aparentemente lo bueno supera a lo malo, entonces la acción es correcta.

No necesita apelar a reglas morales objetivas. Se basa simplemente en utilizar un cálculo subjetivo en vistas la obtención de mayor placer o de reducir el sufrimiento.

La mayoría de nosotros usamos una cierta forma de utilitarismo en nuestras decisiones cotidianas. Tomamos muchas decisiones no morales cada día basadas en las consecuencias. Por ejemplo, cuando vamos al supermercado para pagar en la caja buscamos la fila más corta para poder salir por la puerta más rápidamente. Tomamos la mayoría de nuestras decisiones financieras según un cálculo utilitario de costos y beneficios. Por lo que tomar decisiones morales usando el utilitarismo resulta una extensión natural de algunos de nuestros procedimientos de toma de decisión diarios.

Por tanto, aunque se podría decir en cierto modo que todos somos utilitaristas teniendo en cuenta que a veces hacemos cálculos —en sentido figurado— para poder elegir entre diferentes opciones. Pero el error moral ocurre cuando creemos que esa forma de pensar es la que debe establecer lo que está bien o lo que está mal.

Todos somos en cierto sentido utilitaristas igual que, por desgracia, somos en algún grado violentos o egocéntricos. Es un defecto censurable y evitable, pero en ningún caso, una virtud.

Lo cierto es que el utilitarismo presenta muchos y graves problemas. Expondré brevemente algunos de ellos:

Primero; el utilitarismo justifica una forma de pensar consecuencialista que defiende que el fin justifica los medios. Cualquier fin que se considere válido puede justificar los medios para alcanzarlo. De este modo, podríamos justificar la purificación de la especie humana a través de la eugenesia forzada. También podríamos justificar la matanza de millones de personas en aras de lograr alguna utopía. Así lo declara específicamente John Stuart Mill —el otro padre del utilitarismo junto con Bentham— en su obra clásica »El utilitarismo«: 

«La doctrina utilitaria afirma que la felicidad es deseable y lo único deseable como fin en sí, siendo todo lo demás únicamente deseable como medio para este fin.»

Segundo; el utilitarismo no puede, ni quiere, proteger los derechos de las personas, ya que su meta está en conseguir el mayor bien para el mayor número de individuos. Con esa lógica podríamos justificar la esclavitud con el argumento de que resulta ser una buena consecuencia a quienes se benefician de ella. Si la mayoría se beneficia de la mano de obra esclava entonces no importa que la minoría esclavizada sufra las consecuencias negativas. Si sólo se tiene en cuenta moralmente el placer y el dolor entonces utilizar a otros individuos como medios para nuestros fines puede estar justificado, siempre que no se causara demasiado sufrimiento a esos individuos, y siempre que el equilibrio entre placer y sufrimiento estuviera supuestamente compensado.

Tercero; un problema grave de que adolece el utilitarismo está en la predicción de las consecuencias. Si nuestra moral está basada en los resultados, entonces necesitamos ser omniscientes para poder predecir de manera precisa las consecuencias de cualquiera de nuestras acciones. Pero, en el mejor de los casos, sólo podemos especular acerca de lo que ocurrirá en el futuro, y a menudo estas estimaciones suelen resultar erróneas.

¿Cómo puedo yo saber las consecuencias futuras de mis actos? Puedo suponerlas o preverlas, pero siempre de modo muy limitado. ¿Fue bueno o malo que Julio César cruzara el Rubicón? Es imposible, aun transcurridos más de dos mil años, saberlo. Es impracticable la ética de Mill: no podemos actuar en base a las consecuencias, por la sencilla razón que no podemos conocer esas consecuencias antes —y aun ni siquiera después— de realizar el acto. Ese acto debe tener un valor en sí mismo, una referencia objetiva propia. No se trata de olvidar y no tomar en cuenta las eventuales consecuencias de las acciones que uno realice, pero es claro que no es posible fundar nuestro comportamiento a partir de ese tipo de consideraciones únicamente.

Cuarto; otro problema importante con el utilitarismo es que las consecuencias mismas deben ser valoradas de manera subjetiva. Cuando aparecen los resultados de nuestros actos, tenemos que juzgar si son resultados buenos o malos. Pero el utilitarismo no aporta ningún criterio objetivo y consistente para juzgar esos resultados, porque los resultados son el mecanismo usado para juzgar la acción misma. Con lo que nos encontramos atrapados ante un círculo vicioso que se justifica a sí mismo constantemente con la excusa de estar buscando los mejores resultados posibles.

Quinto; establecer como fundamento moral la capacidad de sufrir y disfrutar es un error, porque el sufrir y el disfrutar se derivan de la capacidad de sentir. Pero la capacidad de sentir es mucho más que sufrir y disfrutar. Entiendo que la capacidad de sentir significa principalmente dos cosas: [1] la capacidad de experimentar percepciones subjetivas y [2] el poseer una serie de intereses fundamentales, como el interés en vivir, el interés en ser libre [en no ser utilizado por otros en contra de nuestra voluntad] y el interés en evitar el dolor injustificado. Considero que la característica moralmente relevante es la capacidad de sentir. Eso quiere decir que considerar moralmente a un ser sintiente significa, al menos, respetar sus intereses fundamentales y, por tanto, no transgredirlos salvo que hubiera un motivo justificado.

Por todo ello, teniendo en cuenta que el utilitarismo no puede demostrar racionalmente los ideales que defiende, no lo considero una ética sino más bien un pensamiento de tipo dogmático es decir, un sistema de creencias indemostrables a las que se les otorga un estatus superior a la realidad y que sirven como forma de vida.

El utilitarismo es una teoría dogmática. Parte de dogmas; no de razones o principios lógicos. Y además es una postura reaccionaria. Es la consecuencia de fusionar el hedonismo con el maquiavelismo — »el fin justifica los medios«.

La tradición moral ilustrada está inserta en el racionalismo y la defensa de los derechos individuales que culmina en la filosofía moral de Kant. Pero la teoría utilitarista comenzada por Bentham es meramente una reformulación moderna de una arcaica idea colectivista de que los individuos sólo valen en tanto que son útiles para conseguir un objetivo o fomentar el bienestar general. Eso no es Ilustración sino un pensamiento reaccionario.

Además de ser irracional, el utilitarismo es terriblemente peligroso y en la práctica resulta en una ideología totalitaria que se dedica a sacrificar las vidas de unos para beneficiar a las de otros pasando por encima del respeto básico que todos los individuos merecen por sí mismos.

Para el utilitarismo, los seres sintientes no son individuos con un valor intrínseco sino que son meros receptáculos de placer y dolor. El utilitarismo no reconoce a los individuos como personas sino como simples medios para ser utilizados con el objetivo de maximizar la felicidad y reducir el sufrimiento.

Por tanto, es el utilitarismo —y no el capitalismo— el mejor ejemplo de como la moral se convierte en un mero cálculo económico en el que los individuos son tratados como números y cantidades en lugar de ser considerados como personas.

El fin no justifica los medios. Tanto el fin como los medios deben estar justificados por un mismo criterio que establezca si en sí mismos son correctos o no. Una acción concreta no puede ser juzgada como buena simplemente porque puede conducir a una buena consecuencia. Los medios deben ser juzgados por la misma norma objetiva y consistente que los fines.

Me gustaría citar también a Tom Regan, quien habla del utilitarismo como uno de los enemigos de la ética de los Derechos Animales:

«La última objeción se basa en que nadie tiene realmente derechos, ya sea humano u otro animal, sino que lo bueno y lo malo son cuestiones que se juzgan a partir de lo que produzca las mejores consecuencias, teniendo en cuenta los intereses de cada implicado y considerando de manera igual intereses iguales. Esa filosofía moral -utilitarismo-, que cuenta con una larga y venerable historia, y a muchos influyentes hombres y mujeres entre sus adeptos, es un fraude moral y ya no es una postura sostenible, si es que alguna vez lo fue.

¿Es verdaderamente serio tener en consideración el interés de un violador en violar a su víctima antes de declarar la violación como inmoral? ¿Debemos tener en cuenta lo que supone para un pederasta el frustrar sus intenciones antes de condenar moralmente sus actos?; Asombrosamente, un utilitarismo coherente exige que sí los tengamos en cuenta, y de ese modo es rechazado por nuestra exigencia de racionalidad.»

Por otra parte, alguien puede alegar que no es incompatible ser utilitarista con el hecho de querer que existan derechos reconocidos para los animales. Pero esto es absurdo puesto que la propia noción de derecho va en contra del utilitarismo.

No es posible ser utilitarista y al mismo tiempo considerar que la existencia de derechos reconocidos tiene consecuencias positivas de acuerdo al criterio de utilidad, porque los derechos no se establecen para cumplir el principio de utilidad sino por respeto al valor inherente de cada individuo singular frente a los beneficios que pudiera tener, para el bienestar general, el hecho utilizar o destruir a determinados individuos.

No es nada difícil encontrar una situación en la que instrumentalizar a individuos repercutiera en grandes beneficios para el resto de la sociedad, así que es imposible que ningún utilitarista defienda la noción de derechos sin refutar al mismo tiempo su propia ideología.

Un utilitarista a favor de los derechos estaría refutando en la práctica su propia ideología al poner de manifiesto que es inútil e inefectiva para proteger a los individuos.

Un utilitarista es, básicamente, alguien que pretende justificar cualquier cosa con la excusa de que eso sirve para reducir el sufrimiento o para aumentar la felicidad. El utilitarismo permite esto. No sólo considera que el fin justifica los medios sino que además puede aplazar indefinidamente las consecuencias a un hipotético futuro.

El utilitarista proclama: »Yo hago esto porque considero que reducirá el sufrimiento o aumentará la felicidad«. El mero hecho de que él lo crea así, independientemente de que sea cierto o no, le sirve como excusa para intentar justificar cualquier cosa que haga.

Si esto se considera 'ética' entonces el concepto de ética ni siquiera tendría sentido, puesto que en el fondo se reduce a hacer lo que nos apetece o nos agrada según nuestras preferencias personales. ¿Eso es ética? No se diferencia en nada de que cada uno actúe según le venga en gana sin atender a ningún criterio objetivo y racional.

En resumen:

Las bases de las que parte el utilitarismo —hedonismo y consecuencialismo— son intrínsecamente dogmáticas, arbitrarias y no se pueden justificar de acuerdo a la lógica

El utilitarismo no respeta los principios éticos más básicos: la igualdad y el valor intrínseco. Tampoco reconoce el concepto de derechos morales

Aplicar el utilitarismo conlleva diversas violaciones sobre los derechos de las personas

Por todo esto, podemos concluir que el utilitarismo no es un planteamiento razonable respecto de los problemas morales. Más bien al contrario: plantea y provoca muchos otros problemas añadidos.

12 de abril de 2011

Antropocentrismo o cómo los prejuicios nublan la razón



En el blog sobre divulgación científica Digitácora encontré una entrada sobre un vídeo del programa Redes para la Ciencia en donde se trataba acerca de la supuesta singularidad del ser humano como especie. Aquí podemos contemplar un buen ejemplo, a mi modo de ver, de como los prejuicios antropocentristas han dominado nuestra cultura.

Algunos de los argumentos que se usan para intentar justificar la "excepcionalidad humana" tengo que reconocer que son francamente chocantes. Por ejemplo, al igual que los chimpaces yo tampoco podré nunca pilotar un avión ni disfrutar de un partido de béisbol. ¿Pero se supone que eso es un argumento serio para establecer alguna diferencia radical entre el ser humano y otros animales? Entonces debe de haber una diferencia radical entre yo mismo y otros humanos. Luego yo debo ser especial y único.

Entre individuos humanos somos muy diferentes. Se podría decir que cada uno de nosotros es un individuo único y singular. Pero, incluso aunque fuéramos únicos y diferentes a otros esto no implica que unos estén justificados en explotar a otros —en tratarlos  como objetos y meros recursos. ¿Entonces por qué el supuesto hecho de que los humanos fueran únicos y excepcionales justificaría que explotararan a otros animales? No lo justifica.

El señor Gazzaniga —defensor de la excepcionalidad humana— afirma que el ser humano es el único animal que tiene la capacidad de descubrir el estado de ánimo de otros individuos. Pero justo a continuación dice que algunos chimpancés que pueden hacer algo parecido sólo de que en "muy bajo nivel". Es decir, que tienen la misma capacidad pero de forma más básica. Se contradice a sí mismo. Parece que se olvida de que hay un porcentaje de seres humanos que carecen por completo de empatía por otros. Como ocurre con los psicópatas. Además, existen evidencias de empatía en otros animales. También en Redes también dedicaron un programa concreto sobre ese tema.

Por otro lado, el argumento del arte resulta también bastante inconsistente. El arte se puede reducir a su fundamento básico que no es otra cosa que el juego. Si por arte entendemos la representación de una ficción entonces estamos hablando del juego. Y se ha demostrado que otros animales juegan también. Y juegan precisamente por el mismo motivo que Gazzaniga afirma que nosotros realizamos arte, es decir, para mejorar nuestra forma de enfrentarnos al mundo. Y si por arte entendemos, también, el goce de los sentidos por la belleza también se ha demostrado que otros animales sienten disfrutan al ver determinadas formas y colores.

Hasta ahora vemos que ha resultado francamente difícil, por no decir imposible, encontrar alguna característica única en el ser humano. Algo que dependa de la cualidad, no de la cantidad, que lo diferencie del resto de animales. Ahora bien, podemos en cambio encontrar características que otros animales poseen de manera única y que no se encuentran en el ser humano. Por ejemplo, los murciélagos tienen una capacidad de orientarse por medio de ultrasonidos. Nosotros carecemos por completo de dicha capacidad natural. 

Otros animales también se lamentan ante la pérdida de sus seres queridos. Tampoco es una característica exclusiva en los seres humanos.

Otro ejemplo: si los seres humanos construyen objetos es porque tienen la intención consciente de conseguir una finalidad. Pero si otros animales realizan construcciones entonces se dice que es sólo "por instinto". Claro. Y si valoramos estos hechos de forma radicalmente diferente es porque asumimos un prejuicio especista que dice que hay que discriminar entre humanos y otros animales a pesar de no podamos distinguir los hechos por otra cosa que no sea la especie.

Así que resulta que el ser humano no es especial. Y si fuera supuestamente único no lo sería menos que otros animales que también poseen capacidades singulares, que nosotros no tenemos. En todo caso, son los individuos quienes existen como entes reales, y quienes serían únicos. La especie como tal no deja de ser un concepto taxonómico inventado por nosotros.

En  los otros animales encontramos cultura, encontramos lenguaje, encontramos que usan herramientas, incluso encontramos también que algunos poseen un cierto sentido moral. Probablemente lo que parece ser único en el ser humano es su pretensión de diferenciarse del resto de animales. 

Los defensores de la excepcionalidad humana, como el señor Gaganizza, desean creer que el ser humano es único y "especial", y no le importa saber si eso es realmente cierto, puesto que esa creencia resulta gratificante y satisfactoria por sí misma independientemente de su veracidad. Y, además, ese tipo de pensamiento es lo que fundamenta también el prejuicio moral de la superioridad humana.

Sin embargo, el supuesto hecho de que los humanos fuéramos seres excepcionales no justificaría que discriminemos y explotemos a otros animales. La única característica moralmente relevante es la sintiencia.

Si un ser está dotado de sensación entonces es un individuo consciente, es un sujeto, que tiene valor moral intrínseco y, por tanto, merece ser incluido en la comunidad moral como persona, sin importar ninguna otra característica.

Por cierto, en el propia programa de Redes ya se había ofrecido una entrega anterior en la que se rebatía precisamente la pretensión del excepcionalismo humano.

La ciencia muestra que las acusaciones de "antropomorfización" estaban equivocadas. El verdadero error era el antropocentrismo. Los humanos nos creemos especiales pero no lo somos. Los demás animales también sienten, sufren, piensan, desean,… Tienen una vida subjetiva que les importa tanto como a nosotros nos importa la nuestra.

1 de abril de 2011

La verdad y la objetividad de las normas morales

Existe la extendida creencia de que la moral es real —por ejemplo, que ciertos valores morales son verdaderos— solamente si existiera un dios. Estoy sorprendido de que alguien pueda realmente creer esto. Por eso considero que debo exponer ciertos argumentos, que son en realidad bastante antiguos ya, acerca de este trascendental asunto. No me atribuyo ninguno de los argumentos que voy a presentar. En particular, me baso principalmente en mis lecturas de la obra de pensadores que se plantearon esta cuestión, entre ellos, Platón, Guillermo de Ockham, Jean Meslier y Bernard Williams.

Se dice que los requerimientos morales, expresados en la forma de "estás obligado a X" o "la moral exige que X" solamente serían verdaderos si hay un dios que fundamentara esas obligaciones morales. Tal y como Platón expuso en su diálogo Eutifrón, parece muy dudoso que un dios pudiera tener tal función.

Supongamos que un dios nos mandara X —por ejemplo: no matar. Nosotros podríamos preguntar por qué el dios nos manda X, y que función cumple el mandato divino respecto de nuestro obligación de X. 

Dos opciones se nos presentan como respuestas. O el dios nos ha ordenado X porque seguir X es obligatorio de acuerdo a fundamentos objetivos, o seguir X es obligatorio porque el dios nos ha ordenado X.

La primera opción hace al dios superfluo. Si nuestra obligación hacia X está basada en fundamentos objetivos, entonces el dios no está jugando ningún papel respecto de nuestra obligación y de la verdad/objetividad de la obligación moral en cuestión.

La segunda opción convierte el fundamento de la moral en algo arbitrario. Si estamos obligados a X simplemente porque el dios lo ordena, y no hay una explicación independiente de por qué debemos X, entonces la moral pierde toda su fuerza. ¿Cómo puede ser que estemos obligados a hacer algo simplemente porque un ser nos lo ha dicho sin ninguna razón. Recordemos: si nos ha ordenado X por una razón, por ejemplo, que X es objetivamente correcto y debido, entonces el dios resulta superfluo.

La mayoría de la gente que quiere creer que un dios fundamenta los valores morales comprende que la primera opción socava inmediatamente su postura. Por tanto, cuando se presenta este problema intentan alegar la segunda opción, argumentando el por qué si dios exige X eso nos obliga a X, a pesar del hecho de que su demanda es arbitraria.


Por ejemplo, ellos dicen que tenemos un incentivo para cumplir X, porque si no lo hacemos —si desobedecemos sus órdenes— entonces seremos castigados por el dios. Pero esta es una idea completamente absurda. Si la razón última de mi obligación respecto de X —por ejemplo, mi obligación de no torturar o mi obligación de no secuestrar, y otras— es que si incumplo X esto implica que seré castigado, entonces no estamos hablando de una obligación moral.

Esto nos deja sin ninguna explicación de por qué estaría mal desobedecer las obligaciones morales; de ese modo, actuar inmoralmente resulta simplemente imprudente desde una perspectiva puramente egoísta. Y explicar esto con el argumento del castigo divino es enteramente arbitrario, porque su mandato ya era arbitrario en primer lugar. Este dios es un matón abusador que nos castiga sin ninguna razón, literalmente.


En un intento de solventar este problema, algunos aducen que es cierto que la exigencia del dios es lo que nos obliga a X, pero dicen que el dios es un ser bondadoso que nos impone mandatos porque nos ama. Pero esto, por sí mismo, no nos explica tampoco nada. Porque si eso quiere decir que el dios en cuestión nos ordena X porque hacer X es bueno para nosotros, por el bien de la humanidad, o de quien sea, entonces esto resulta un versión modificada de la primera opción. Y recordemos que la primera opción presenta al dios como superfluo. Si hacer X es algo que yo debo hacer independientemente del mandato del dios, entonces el dios no cumple ninguna función respecto de la obligación moral.

Por otro lado, si no hay ningún sentido en que yo deba hacer X independientemente del mandato del bondadoso dios, entonces no está claro por qué el mandarme X tiene algo que ver con su amor por mí. En otras palabras: si no hay ninguna razón objetiva para mí de hacer X, entonces ¿por qué alguien que me ama me exige X?


Esta conclusión nos retrotrae al primer punto planteado. El resultado es que no hay ningún papel que un dios pudiera cumplir respecto de las obligaciones morales, y del fundamento de la verdad y objetividad de los valores morales. Si un dios nos ordenara actuar según una regla que nosotros mismos podríamos comprender de manera autónoma entonces su presencia es superflua. Y si un dios nos ordenara actuar según una reglas que no tuvieran sentido lógico entonces dichas reglas serían totalmente arbitrarias.

No solamente no se necesita de un dios para fundamentar la moral sino que no hay siquiera ninguna posibilidad lógica de que un dios pudiera fundamentar la moral.


Asimismo, rechazar la noción de divinidad no implica refutar la objetividad. Las matemáticas y la lógica demuestran que existen ámbitos de conocimiento objetivo. Y es precisamente en la lógica —base necesaria de la realidad y de todo conocimiento— de donde obtenemos el fundamento objetivo de la moral.